De el Amor (VI)


Amar es una acción que va cobrando importancia y se va comprendiendo a medida que va pasando el tiempo dentro de uno. Y no me refiero al amor de pareja, o al amor de familia, o al amor en sus múltiples manifestaciones, sino al sentimiento como tal, al que se encuentra en uno como agua limpia en pozo virgen y que podemos descubrir después de volvernos nuestros propios zahoris. El amor cobra importancia porque es uno de los pocos sentimientos que llevan a la supervivencia y en el acto de amar está la sabiduría que no se encuentra en la tinta, o en los manicomios. Y no se trata de amar al otro, o amarse a uno, sino amar al universo con todas las implicaciones que pueda tener esto: mucha luz nos trata de volver plantas a pesar de ser animales, o mucha agua nos vuelve reptiles; mucho viento nos impide construir o mucho fuego nos impide deleitarnos en la mínima fugacidad.
El universo es ese pulpo que busca abrazos y nosotros esquivamos sus ventosas con tal de no permitirnos sentir el amor, pero el tiempo nos enseña a dejar de odiar al prójimo y preferimos tratar de entenderlo. Pienso en mi abuelo que murió de cáncer y en su manía de contar historias y quedarse dormido, en mi abuela que constantemente me regañaba por poner los codos en la mesa pero que encontraba abrazos de sus nietos en cada visita al hospital que le hacían. El amor se manifestaba en ellos con todos sus achaques, con todas sus imperfecciones, aún a sabiendas que iban a morir y que no habían hecho libros; enseñaron amor a sus hijos a pesar de que estos no han podido entender que el amor significa también dejar que cada persona nazca en sí misma y que cada una se convierta en zahori a su debido tiempo. Ruego a que el universo me siga entregando todo el amor que me ha dado, por medio de cada persona que ha venido en mi vida y que cada una de ellas vuelva a venir en forma de pájaro y con sus grandes picos consuman toda la poesía que habita en mí y mi pozo sea agotado para que el agua no se estanque. Ruego que cada esperma que entregue sea un acto de amor al otro en donde la perversión sea otra manifestación de la sonrisa y que aprendamos a amarnos tal como el universo nos ama, de esa manera tan cruda y tan erótica como encontramos al besar a un pez o a un esqueleto.