El amanecer de los tiempos (De las cartas de Nicholas Stanock) [Apuntes Libro de Tribu Colmillos Plateados - MdT]

El amanecer de los tiempos
De las cartas de Nicholas Stanock

Denominamos de varias formas a la primera edad: el amanecer de los tiempos, primavera, La Edad de Oro… pero en las oscuras realidades del presente, muchos homínidos, incluso unos pocos lupus consideran al amanecer de los tiempos algo un tanto irreal. En mi mente, aún bullendo con el elixir del Pájaro de Fuego, la primera edad es más real que otro tiempo. El universo nació con estruendo y furia. Helios, Gaia y todos los demás Primigenios crearon la vida y asumieron la posición de los Dioses. Aunque de esta época no puedo confirmar nada, hay miles de mitos sobre la creación, y ninguno parecer ser más o menos valido para mis experiencias en las deidades primigenias.

Mis primeros recuerdos claros son de finales de la Edad de Oro. Todavía era el amanecer, pero el aroma de la muerte flotaba en el aire. Una inmensa oscuridad rodeaba a Gaia, quizá fuese el Wyrm, o incluso una maldad más antigua; mi mente todavía nada entre sus memorias. La dolorosa negrura desgarraba la carne de Gaia, y bestias repugnantes borboteaban de sus incontables heridas; pero Gaia no estaba indefensa. Los grandes Señores Animales atacaron a las abominaciones con zarpas, pezuñas y garras. La oscuridad continuó con su ataque a pesar de esto y Gaia creció débil. Un viento vil y frio violó su jardín sagrado, robando su espíritu, ocultándolo en la guarida de este ser bajo el Vientre del Mundo.

Los animales de Gaia se alzaron esta vez para salvarla. Aunque Lobo fue despreciado. Los otros animales lo llamaron <<chucho mestizo>> y lo apartaron de su fiesta guerrera. Dejando a Lobo atrás, los animales atacaron a la oscuridad en su guarida bajo las raíces de Yggdrasil, el árbol del mundo.

La oscuridad los engulló por completo y los escupió en las costas del Vientre del Mundo. Incluso después de esta derrota, los otros animales le prohibieron a Lobo el ayudarles. Finalmente accedieron obedecer el consejo del Señor Halcón y dejaron que el Lobo lo intentase, ¿qué más podían perder? Lobo entró sigilosamente en el Vientre del mundo, pero en vez de atacar a la Gran Oscuridad se ocultó en sus propias sombras y observó sin ser descubierto.

La Gran Oscuridad hizo cantar a Gaia drenando su esencia. Con cada nota llena de pesar Gaia sucumbía un poco más a la Oscuridad. Incluso la misma Muerte rondaba cerca con ansia, pues no todos los días muere un mundo entero.

Al fin, absorta en sus locas pasiones, la Oscuridad se despreocupó de lo que la rodeaba. Entonces Lobo saltó de su escondite y clavó sus mandíbulas en el amargo corazón de la criatura. El aullido de la Oscuridad resonó en todo el Vientre del Mundo y conmovió la tierra sobre la que se encontraban los animales. Aunque forcejeó y chirrió sin cesar, la Oscuridad no pudo zafarse de las mandíbulas de acero de Lobo. Al final, temiendo por su vida, la Oscuridad liberó a Gaia. Lobo murió mientras veía como ella se alejaba. 

Estuvo cazando en los tenebrosos reinos de la Muerte durante largo tiempo. Luego, un día, la Muerte habló con él diciéndole:
“Aunque has pasado aquí largas estaciones, ni un solo día ha transcurrido en el reino de Gaia. Tal es su pesar por tu muerte que ni siquiera yo puedo retenerte en contra de su voluntad. Pocos han entrado en las Tierras de la Sombra y han salido vuelto a los reinos de la luz, aunque cuando esto ocurre, las leyes del destino me obligan a concederle un don a los resucitados.”

La Muerte le mostró a Lobo el Jardín de los Secretos, pero con una orden: “Coge solo un capullo entre tus dientes y no lo sueltes hasta tu próximo aliento en el regazo de Gaia”.

Lobo siguió sus instrucciones y el jardín fantasma desapareció suavemente en el calor del Vientre del Mundo. Entonces Lobo respiró de nuevo en aquella extraña y desconocida costa, una criatura renacida.

Los otros animales se maravillaban con las hazañas de Lobo. Su piel se había vuelto de un blanco níveo y Gaia dijo: “Lobo murió para que la vida continuase. Así pues, el conocerá el Secreto de Gaia y el Secreto de la Muerte”. Lobo guardó estos secretos, pasándolos solo a los más sabios de su progenie.

Ampliación del campo de batalla - Michel Houellebecq (Apuntes)

Ampliación del campo de batalla - Michel Houellebecq (Apuntes)

La escritura no alivia apenas. Describe, delimita. Introduce una sombra de coherencia, una idea de realismo. Uno sigue chapoteando en una niebla sangrienta, pero hay algunos puntos de referencia. El caos se queda a unos pocos metros. Pobre éxito, en realidad.

En resumen, puedo considerarme satisfecho con mi estatus social. En el plano sexual, por el contrario, el éxito no es tan deslumbrante. He tenido varias mujeres, pero durante periodos limitados. Desprovisto tanto de belleza como de encanto personal, sujeto a frecuentes ataques depresivos, no respondo en modo alguno a lo que las mujeres buscan de forma prioritaria. Por eso siempre he sentido, con las mujeres que me abrían sus órganos, una especie de leve reticencia; en el fondo yo apenas representaba para ellas otra cosa que un remedio para salir del paso. Lo cual no es, como reconocerá cualquiera, el punto de partida ideal para una relación duradera.

Llega al centro de su tesis. Nuestra civilización, dice, padece un agotamiento vital. En el siglo de Luis XIV, cuando el apetito por la vida era grande, la cultura oficial enfatizaba la negación de los placeres y de la carne; recordaba con insistencia que la vida mundana solo ofrece satisfacciones imperfectas, que la única fuente verdadera de felicidad está en Dios. Un discurso así, afirma, no se podría tolerar ahora. Necesitamos la aventura y el erotismo, porque necesitamos oírnos repetir que la vida es maravillosa y excitante, y está claro que sobre esto tenemos ciertas dudas.

Uno siempre puede cortarse la polla, pero ¿Cómo se olvida la vacuidad de una vagina?

He vivido tan poco que tengo tendencia a pensar que no voy a morir; parece inverosímil que una vida humana se reduzca a tan poca cosa; uno se imagina, a su pesar, que algo va a ocurrir tarde o temprano. Craso error. Una vida puede muy bien ser vacía y a la vez breve. Los días pasan pobremente, sin dejar huella ni recuerdo; y después, de golpe, se detienen. Otras veces tengo la impresión de que conseguiría instalarme de forma estable en una vida ausente. Que el hastío, relativamente indoloro, me permitiría seguir llevando a cabo los gestos habituales de la vida. Nuevo error. El hastío prolongado no es una posición sostenible: antes o después se transforma en percepciones claramente más dolorosas, de un dolor positivo; es exactamente lo que me está pasando.

Grande es el deseo de amor en el hombre, hunde sus raíces hasta profundidades asombrosas, y sus múltiples raicillas se afincan en la materia misma del corazón. A pesar de la avalancha de humillaciones que constituía su vida cotidiana, Brigitte Bardot tenía esperanzas y esperaba. Probablemente, sigue teniendo esperanzas y esperando. En su lugar, una víbora ya se habría suicidado. Los hombres no temen a nada.

A este amable opositor le contestaré que la adolescencia no solo es una etapa importante de la vida, sino que es la única etapa en la que se puede hablar de vida en el verdadero sentido del término. Los atractores pulsionales se desenfrenan en torno a los trece años y luego disminuyen poco a poco, o más bien se resuelven en modelos de comportamiento que a fin de cuentas solo son fuerzas petrificadas. La violencia del estallido inicial hace que el resultado del conflicto pueda ser incierto durante muchos años; es lo que se llama, en electrodinámica, un régimen transitorio. Pero poco a poco las oscilaciones se vuelven más lentas, hasta convertirse en ondas anchas, melancólicas y dulces; a partir de ese momento ya está todo dicho, y la vida ya no es más que una preparación a la muerte. Lo cual puede expresarse de forma más brutal y menos exacta diciendo que el hombre es un adolescente disminuido.

No pude contestarle, claro; pero volví al hotel bastante pensativo. Definitivamente, me decía, no hay duda de que en nuestra sociedad el sexo representa un segundo sistema de diferenciación, con completa independencia del dinero; y se comporta como un sistema de diferenciación tan implacable, al menos, como este. Por otra parte, los efectos de ambos sistemas son estrictamente equivalentes. Igual que el liberalismo económico desenfrenado, y por motivos análogos, el liberalismo sexual produce fenómenos de empobrecimiento absoluto. Algunos hacen el amor todos los días; otros cinco o seis veces en su vida, o nunca. Algunos hacen el amor con docenas de mujeres; otros con ninguna. Es lo que se llama la “ley de mercado”. En un sistema económico que prohíbe el despido libre, cada cual consigue, más o menos encontrar su hueco. En un sistema sexual que prohíbe el adulterio, cada cual se las arregla, más o menos, para encontrar su compañero de cama. En un sistema económico perfectamente liberal, algunos acumulan considerables fortunas; otros se hunden en el paro y la miseria. En un sistema sexual perfectamente liberal, algunos tienen una vida erótica variada y excitante; otros se ven reducidos a la masturbación y la soledad. El liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad. A nivel económico, Raphael Tisserand está en el campo de los vencedores; a nivel sexual, en el de los vencidos. Algunos ganan en ambos tableros; otros pierden en los dos. Las empresas se pelean por algunos jóvenes diplomados; las mujeres se pelean por algunos jóvenes; los hombres se pelean por algunos jóvenes; hay mucha confusión, mucha agitación.

La noticia de su muerte no sorprendió del todo a nadie en la Asamblea Nacional; allí era conocido, sobre todo, por las dificultades que tenía para comprarse una cama. Había decidido la compra hacía meses; pero no conseguía concretar el proyecto. Por lo general, la gente contaba la anécdota con una leve sonrisa irónica; sin embargo no es cosa de risa; comprarse una cama, en nuestros días, presenta sin duda considerables dificultades, y hay motivos para llegar al suicidio. Para empezar hay que prever la entrega y por lo tanto, en general, tomarse medio día libre, con todos los problemas que eso conlleva. A veces los repartidores no aparecen, o bien no consiguen subir la cama por la escalera, y uno corre el riesgo de tener que pedir otra media jornada libre. Estas dificultades se reproducen con todos los muebles y aparatos electrodomésticos, y la acumulación de preocupaciones que se derivan de esta situación puede ya desquiciar seriamente a un ser sensible. Pero, entre todos los muebles, la cama plantea un problema especial y doloroso. Si uno no quiere perder el respeto del vendedor está obligado a comprar una cama doble, aunque no le vea la utilidad y tenga o no sitio para ponerla. Comprar una cama individual es confesar públicamente que uno no tiene vida sexual, y que no cree que la tendrá en un futuro ni cercano ni lejano (porque las camas, en nuestros días, duran mucho tiempo, mucho más que el periodo de garantía; es cosa de cinco, diez, incluso veinte años; es una seria inversión, que compromete prácticamente durante el resto de la vida; las camas duran, por término medio, mucho más que los matrimonios, la gente lo sabe perfectamente). Incluso si compras una cama de 140 pasas por pequeño burgués mezquino y tacaño; a ojos de los vendedores, la cama de 160 es la única que vale la pena comprar; y entonces mereces su respeto, su consideración, incluso una ligera sonrisa de complicidad; sólo te dan estas cosas con la cama de 160.

Veronique estaba “en análisis”, como suele decirse; ahora me arrepiento de haberla conocido. Hablando en general, no hay nada qué sacar de las mujeres en análisis. Una mujer que cae en manos de un psicoanalista se vuelve inadecuada para cualquier uso, lo he comprobado muchas veces. No hay que considerar este fenómeno un efecto secundario del psicoanálisis, sino simple y llanamente su efecto principal. Con la excusa de reconstruir el yo los psicoanalistas proceden, en realidad, a una escandalosa destrucción del ser humano. Inocencia, generosidad, pureza… trituran todas estas cosas entre sus manos groseras. Los psicoanalistas, muy bien remunerados, pretenciosos y estúpidos, aniquilan definitivamente en sus supuestos pacientes cualquier aptitud para el amor, tanto mental como físico; de hecho, se comportan como verdaderos enemigos de la humanidad. Implacable escuela de egoísmo, el psicoanálisis ataca con el mayor cinismo a chicas estupendas pero un poco pérdidas para transformarlas en putas innobles, de un egocentrismo delirante, que solo suscitan un legítimo desagrado. No hay que confiar, en ningún caso, en una mujer que ha pasado por las manos de los psicoanalistas. Mezquindad, egoísmo, ignorancia arrogante, completa ausencia mora, incapacidad crónica para amar: éste es el retrato exhaustivo de una mujer “analizada”.

Tengo que decir que Veronique coincidía, punto por punto, con esta descripción. La quise tanto como pude; lo cual representa mucho amor. Ahora sé que derroche ese amor para nada; habría hecho mejor rompiéndole ambos brazos. No cabe duda de que ella tenía desde siempre, como todas las depresivas, disposición al egoísmo y la falta de ternura; pero el psicoanálisis la transformo de forma irreversible en una verdadera basura, sin tripas ni conciencia; un desperdicio envuelto en papel satinado. Recuerdo que tenía un tablón blanco donde solía apuntar cosas del tipo “guisantes” o “planchado”. Una tarde, al volver de la sesión, anoto esta frase de Lacán: “Cuanto más desagradable seas, mejor irán las cosas.” Sonreí; y me equivocaba. En aquella fase, la frase no era más que un programa; pero Veronique iba a aplicarla punto por punto.

Fenómeno raro, artificial y tardío, el amor solo puede nacer en condiciones mentales especiales, que pocas veces se reúnen, y que son de todo punto opuestas a la libertad de costumbres que caracteriza la época moderna. Veronique había conocido demasiadas discotecas y demasiados amantes; semejante modo de vida empobrece al ser humano, infligiéndole daños a veces graves y siempre irreversibles. El amor como inocencia y capacidad de ilusión, como aptitud para resumir el conjunto del otro sexo en un solo ser amado, rara vez resiste un año de vagabundeo sexual, y nunca dos. En realidad, las sucesivas experiencias sexuales acumuladas en el curso de la adolescencia minan y destruyen con toda rapidez cualquier posibilidad de proyección de orden sentimental y novelesca; poco a poco, y de hecho bastante deprisa, se vuelve uno tan capaz de amar como una fregona vieja. Y desde ese momento uno lleva, claro, una vida de fregona; al envejecer se vuelve menos seductor, y por lo tanto amargado. Uno envidia a los jóvenes, y por lo tanto los odia. Este odio, condenado a ser inconfesable, se envenena y se vuelve cada vez más ardiente; luego se mitiga y se extingue, como se extingue todo. Y solo quedan la amargura y el asco, la enfermedad y esperar la muerte.

El domingo por la mañana salí un rato por el barrio; compré una barra de pan con uvas. El día era tibio, pero un poco triste, como suele ser el domingo en París; sobre todo cuando uno no cree en Dios.

La noche del 31 de diciembre va a ser difícil. Siento que se están rompiendo cosas dentro de mí, como paredes de cristal que estallan. Ando como un león enjaulado, rabioso; necesito actuar, pero no puedo hacer nada, porque todas las tentativas me parecen condenadas al fracaso de antemano. Fracaso, fracaso por todas partes. Sólo el suicidio resplandece en lo alto, inaccesible.

Fin de semana sin novedades; duermo mucho. Me asombra tener sólo treinta años; me siento mucho más viejo.

El segundo incidente se produjo cerca de una hora más tarde. Esta vez, el despacho estaba lleno de gente. Entró una chica, lanzó una mirada desaprobadora a los reunidos y al final decidió dirigirse a mí para decirme que fumaba demasiado, que era insoportable, que desde luego no tenía la menor consideración con los demás. Le repliqué con un par de bofetadas. Ella me miró, desconcertada. Desde luego, no estaba acostumbrada; yo me temía que no hubiera recibido suficientes bofetadas cuando era pequeña. Por un momento me pregunté si me las iba a devolver, sabía que si lo hacía me echaría a llorar de inmediato. Hubo una pausa y después ella dijo: “Bueno…”, con la mandíbula inferior colgando tontamente. Para entonces todo el mundo se había vuelto a mirarnos. Se hizo un gran silencio en el despacho. Yo me doy la vuelta despacio y exclamo hacia el foro, en voz muy alta: “¡Tengo cita con un psiquiatra!” y me voy. Muerte de un ejecutivo.

Ante esas herramientas manchadas de sangre siento cada vez, con todo detalle, los sufrimientos de la víctima. Al cabo de un rato tengo una erección. En la mesilla de noche tengo unas tijeras. La idea me obsesiona: cortarme el sexo. Imagino las tijeras en la mano, la breve resistencia de la carne, y de pronto el muñón sanguinolento, el probable desmayo. El muñón en la moqueta. Bañado de sangre. A eso de las once me vuelvo a despertar. Tengo dos pares de tijeras, uno en cada habitación. Los cojo y los coloco encima de unos libros. El deseo persiste, crece y se transforma. Esta vez mi idea es coger unas tijeras, hundírmelas en los ojos y arrancármelos. Para ser exactos en el ojo izquierdo, en ese sitio que conozco bien, donde parece tan hueco en su órbita. Y luego tomo calmantes, y todo se arregla. Todo se arregla.

Algunos seres experimentan enseguida una aterradora imposibilidad de vivir por sus propios medios; en el fondo no soportan ver su vida cara a cara, y verla entera, sin zonas de sombra, sin segundos planos. Estoy de acuerdo en que su existencia es una excepción a las leyes de la naturaleza, no solo porque esta fractura de inadaptación fundamental se produce aparte de cualquier finalidad genética, sino también a causa de la excesiva lucidez que presupone, lucidez que trasciende claramente los esquemas perceptivos de la existencia ordinaria. A veces basta con colocarles otro ser delante, a condición de suponerlo tan puro y transparente como ellos mismos, para que esta insoportable fractura se convierta en una aspiración luminosa, tensa y permanente hacia lo absolutamente inaccesible. Así pues, como un espejo que devuelve día tras día la misma imagen desesperante, dos espejos paralelos elaboran y construyen una red límpida y densa que arrastra al ojo humano a una trayectoria infinita, sin límites, infinita en su pureza geométrica, más allá del sufrimiento y del mundo.”

Por ejemplo, una bala de una Mágnum del 45 puede rozarme la cara e incrustarse en la pared que tengo detrás; yo saldré ileso. En caso contrario, la bala destrozará la carne, el dolor físico será considerable; tendré el rostro mutilado; tal vez el ojo también estalle, y en ese caso seré mutilado y tuerto; desde ese momento inspiraré repugnancia a los demás hombres. Hablando más en general, todos estamos sometidos al envejecimiento y a la muerte. Estas nociones de vejez y de muerte son insoportables para el individuo; se desarrollan soberanas e incondicionales a nuestra civilización, ocupan progresivamente el campo de la conciencia, no dejan que en ella subsista nada más. Así, poco a poco, se establece la certeza de que el mundo es limitado. El mismo deseo desaparece; solo quedan la amargura, los celos y el miedo. Sobre todo, queda la amargura; una amargura inmensa, inconcebible. Ninguna civilización, ninguna época han sido capaces de desarrollar en los hombres tal cantidad de amargura. Desde este punto de vista, vivimos tiempos sin precedentes. Si hubiera que resumir el estado mental contemporáneo en una palabra yo elegiría, sin dudarlo, amargura.

De vez en cuando me detengo al borde de la carretera, me fumo un cigarrillo, lloro un poco y vuelvo a pedalear. Me gustaría estar muerto. Pero “hay un camino que recorrer, y hay que recorrerlo”.

Bitacora del gran Pez (13-Pez-2015) / 30

Bitácora del gran Pez (13-Pez-2015) / 30

Generalmente tenemos problemas con pedir lo que nos pertenece. Pensamos que no deben darnos nada a menos que sea un regalo, pero es malo que lo pidamos. Hace unos días, para mis cumpleaños, quise probar algo diferente dentro de mi vida: pedirle al universo que me dé lo que yo realmente quiero. Bloqueé el muro de Facebook para que no me pudieran escribir y coloqué un estado diciendo que no deseaba palabras sino actos medidos en invitaciones. Muchas personas me comentaron el texto diciendo que con mucho gusto me invitaban, otras me escribieron por interno y me convidaron a alguna cosa, e inclusive (y eso lo adoré mucho) otros me dijeron que aunque no tenían dinero me deseaban un feliz cumpleaños. De esta acción pude concluir que las personas también están dispuestas a darme una alegría, que inclusive muchas me aprecian a pesar de mi ingratitud y otras cualidades negativas (muy negativas) que tengo, y que cuando alguien quiere acercarse, se acerca realmente sin importar las situaciones. Pasados algunos días, algunos me escribieron por interno que no me habían dicho nada porque puse ese mensaje, que inclusive yo no me preocupaba por las palabras sino solo por recibir. Y me dio tristeza, mucha tristeza de que se me acuse de desear algo que me merezco. Por otro lado una amiga que adoro muchísimo me dijo que no tenía nada, que le daba pena, y le dije que realmente era la mujer que más adoro actualmente en este planeta como amiga, y es verdad. Igual, la conclusión es simple. Pidamos todos lo que merecemos, así no obtengamos, pero seguro que el universo está escuchando y responderá tarde o temprano.

Necrofilia - Panero

Necrofilia - Panero

(prosa)

El acto del amor es lo más parecido
a un asesinato.
En la cama, en su terror gozoso, se trata de borrar
el alma del que está,
hombre o mujer,
debajo.
Por eso no miramos.
Eyacular es ensuciar el cuerpo
y penetrar es humillar con la
verga la
erección de otro yo.
Borrar o ser borrados, tando da, pero
en un instante, irse
dejarlo
una vez más
entre sus labios.


"Poesía" 1970 - 1985