Juventud - Coetzee (Apuntes)

Juventud - Coetzee (Apuntes)

Está en Inglaterra, en Londres; tiene trabajo, un trabajo como Dios manda, mejor que la enseñanza, por el que le pagan un sueldo. Ha escapado de Sudáfrica. Todo va bien, ha alcanzado su primer objetivo, debería estar contento. De hecho, a medida que pasan las semanas, se siente más y más abatido. Tiene ataques de pánico, que le cuesta superar. En la oficina no hay nada más que superficies metálicas a la vista. Bajo el destello sin sombra de la iluminación de neón, siente su alma amenazada. El edificio, un bloque de hormigón y cristal desnudos, parece desprender un gas inodoro, incoloro, que se le cuela en la sangre y lo atonta. IBM, podría jurarlo, le está matando, le está convirtiendo en un zombi.


Hace un siglo los poetas se enajenaban con opio o alcohol para informar de sus experiencias visionarias desde el borde de la locura. De este modo se convertían en videntes, profetas del futuro. El opio y el alcohol no son para él, le asustan demasiado los efectos que podrían tener en su salud. Pero ¿es que el cansancio y el abatimiento no pueden llevar a cabo el mismo trabajo? ¿Es que vivir al borde del colapso psicológico no equivale a vivir al borde de la locura? ¿Por qué es un sacrificio mayor, una renuncia mayor de la personalidad, esconderse en una buhardilla de la Rive Gauche por la que no pagas alquiler o vagar de café en café, sin afeitar, sucio, maloliente, gorreando copas a los amigos, que vestir un traje oscuro y hacer un
trabajo de oficina que te aniquila el alma y rendirse a la soledad hasta la muerte o al sexo sin deseo? Sin duda, la absenta y las ropas harapientas ya han pasado de moda. Y de todas maneras ¿qué tiene de
heroico timarle el alquiler al casero?

En la época romántica los artistas enloquecían a escala desmesurada. La locura manaba de ellos en ríos de versos delirantes o grandes goterones de pintura. Esa época ha terminado: la locura de él, si es que su destino ha de ser el de padecer locura, será diferente: tranquila, discreta. Se sentará en un rincón, tenso y encorvado, como el hombre de la toga del grabado de Durero, esperando pacientemente a que acabe su temporada en el infierno. Y cuando haya pasado será más fuerte por haber resistido.

La prosa es como una extensión lisa de agua tranquila sobre la que uno puede ir añadiendo cosas a placer, dibujando sobre la superficie.



Una vez, cuando todavía era un niño inocente, creyó que la inteligencia era el único criterio importante, que mientras fuera lo bastante listo podría conseguir cualquier cosa que deseara. Ir a la universidad le puso
en su sitio. La universidad le enseñó que no era el más listo, ni mucho menos. Y ahora se enfrenta a la vida real, donde ni siquiera hay exámenes en los que apoyarse. Por lo visto, en la vida real lo único que sabe hacer bien es sentirse deprimido. En el sufrimiento sigue siendo el mejor de la clase. La cantidad de miserias que es capaz de atraer y mantener parece no tener límite. Incluso mientras camina lenta y pesadamente por las frías calles de esta ciudad extraña, sin rumbo, andando solo para cansarse y que así cuando regrese a su cuarto al menos pueda dormir, no siente en su interior la menor disposición a romper el peso del sufrimiento. El sufrimiento es su elemento. Se siente en casa en el sufrimiento, como pez en el agua. Si abolieran el
sufrimiento, no sabría qué hacer con su vida.

La felicidad, se dice, no enseña nada. El sufrimiento, por otra parte, te curte para el futuro. El sufrimiento es la escuela del alma. Entre las aguas del sufrimiento se emerge en la lejana orilla purificado, fuerte, listo para afrontar de nuevo los retos de la vida del arte.

Sin embargo, el sufrimiento no sienta como un baño purificador. Al contrario, te sientes como en una piscina llena de agua sucia. De cada nuevo sufrimiento no se emerge más brillante y más fuerte, sino más tonto y blando. ¿Cómo actúa en realidad la acción limpiadora que se atribuye al sufrimiento? ¿Es que no se ha sumergido uno a suficiente profundidad? ¿Habrá que nadar más allá del mero sufrimiento en pos de la melancolía y la locura? Todavía no ha conocido a nadie que pueda calificarse con propiedad de loco, pero no ha olvidado a Jacqueline, que, en sus propias palabras, «estaba en tratamiento», y con quien compartió a intervalos un apartamento de una sola habitación durante seis meses. En ningún momento Jacqueline resplandeció con el divino y estimulante fuego de la creatividad. Al contrario, estaba obsesionada consigo misma, era impredecible, una compañía agotadora. ¿Esa es la clase de persona con la que debe rebajarse a estar antes de convertirse en artista? Y en cualquier caso, loco o abatido, ¿cómo escribir cuando el cansancio es como una mano enguantada que te agarra el cerebro y te lo estruja? ¿O, de hecho, lo que a él le gusta llamar cansancio es una prueba, una prueba disimulada, una prueba que falla siempre? Después del cansancio, ¿vendrán más pruebas, tantas como círculos hay en el infierno de Dante? ¿Es el cansancio simplemente la primera prueba que tuvieron que pasar los grandes maestros, Holderlin y Blake, Pound y
Eliot? Ojalá se le concediera la oportunidad de despertar y, solo por un minuto, solo por un segundo, saber lo que es arder con el fuego sagrado del arte.

Sufrimiento, locura, sexo: tres maneras de convocar en él el fuego sagrado. Ha visitado los tramos inferiores del sufrimiento, ha estado en contacto con la locura; ¿qué sabe del sexo? El sexo y la creatividad van juntos,  todo el mundo lo dice, y él no lo pone en duda. Porque son creadores, los artistas conocen el secreto del amor. Las mujeres ven el fuego que arde en el artista gracias a una facultad instintiva. Ellas no
poseen el fuego sagrado (salvo excepciones: Safo, Emily Bronté). En la búsqueda del fuego que les falta, el fuego del amor, las mujeres persiguen a los artistas y se entregan a ellos. Al hacer el amor los artistas y sus amantes experimentan brevemente, de manera tentativa, la vida de los dioses. De esta experiencia el artista regresa a su trabajo enriquecido y fortalecido, la mujer vuelve a su vida transfigurada.


Sigue sorprendiéndole que la gente pueda ser tan lista como lo es en la industria informática y que sin embargo no tengan otros intereses más allá de los precios de la vivienda y los coches. Había creído que se
trataba de una manifestación de la famosa ignorancia de la clase media inglesa, pero Ganapathy no es mejor.

En el fondo no siente el menor respeto por ninguna versión de pensamiento que pueda materializarse en el sistema de circuitos de un ordenador. Cuanto más se mete en la informática, más le recuerda al ajedrez: un mundo pequeño y cerrado definido por reglas inventadas que atrae a chicos con cierto temperamento susceptible y los vuelve medio locos, igual que él está medio loco, para que en todo momento piensen, engañados, que están jugando cuando en realidad el juego está jugando con ellos.

Además, ha leído a Allen Ginsberg, ha leído a William Burroughs. Sabe lo que Norteamérica hace con los
artistas: los vuelve locos, los encierra, los expulsa.

Es muy consciente de que su fracaso como escritor y su fracaso como amante van tan estrechamente ligados que muy bien podrían ser la misma cosa.

A la gente normal le cuesta ser mala. La gente normal, cuando notan que aflora en ellos la maldad, beben, insultan, cometen actos violentos. Para ellos la maldad es como una fiebre: quieren expulsarla de su organismo, quieren volver a la normalidad. Pero los artistas tienen que vivir con su fiebre, de la naturaleza que sea, buena o mala. La fiebre es lo que los hace artistas; hay que mantenerla con vida. Por eso los artistas nunca pueden mostrarse plenamente al mundo: tienen que tener siempre un ojo mirando a su interior. En cuanto a las mujeres que persiguen artistas, no son del todo de fiar. Puesto que así como el espíritu del artista es al tiempo llama y fiebre, la mujer que anhela el roce de las lenguas de fuego hará cuanto pueda por enfriar la fiebre y hacer que el artista tenga los pies en el suelo. Por tanto, hay que resistirse a las mujeres incluso cuando se las ama. No puede permitírseles que se acerquen a la llama lo suficiente para arrancarla.