Acto Poetico (VI): Hibris

Acto Poetico (VI): Hibris

Yo vivo enamorado de todo. De la sonrisa que mata y de la belleza que entristece. De los domingos que son extraños y alguien nuevo sale de su cuenca y el día se hace oscuro para que la luna llena lama monstruos de color madera. Miles de estrellas en ese momento estallan por locura, amor y desamor. Me enamoro del amigo imaginario que alguna vez tuve cuando pequeño. de las vueltas del ciclomotor que anda por el parque a las cuatro del medio día. 

En realidad todo esto lo escribo para decirte que vivo enamorado de vos.

Plataforma - Michel Houellebecq (Apuntes)

Plataforma - Michel Houellebecq (Apuntes)

Sí, pensó Midge, eso es la desesperación. Algo glacial, un frío y una soledad infinitos. Hasta entonces, nunca había entendido que la desesperación era fría; siempre la había imaginado ardiente, vehemente, violenta. Pero no. La desesperación era eso: un abismo sin fondo de oscuridad helada, de intolerable soledad. Y el pecado de desesperación del que hablaban los sacerdotes era un pecado frío, que consistía en aislarse de cualquier contacto humano, cálido y vivo.

El caso es que a partir de los veinticinco o treinta años a la gente no le resultan nada fáciles los encuentros sexuales nuevos; y sin embargo siguen necesitándolos, es una necesidad que se desvanece muy despacio. Así que se pasan treinta años de su vida, casi toda su edad adulta, en un estado de carencia permanente.

Eso es lo maravilloso de ti: te gusta dar placer. Lo que los occidentales ya no saben hacer es precisamente eso: ofrecer su cuerpo como objeto agradable, dar placer de manera gratuita. Han perdido por completo el sentido de la entrega. Por mucho que se esfuercen, no consiguen que el sexo sea algo natural. No sólo se avergüenzan de su propio cuerpo, que no está a la altura de las exigencias del porno, sino que, por los mismos motivos, no sienten la menor atracción hacia el cuerpo de los demás. Es imposible hacer el amor sin un cierto abandono, sin la aceptación, al menos temporal, de un cierto estado de dependencia y de debilidad. La exaltación sentimental y la obsesión sexual tienen el mismo origen, las dos proceden del olvido parcial de uno mismo; no es un terreno en el que podamos realizarnos sin perdernos. Nos hemos vuelto fríos, racionales, extremadamente conscientes de nuestra existencia individual y de nuestros derechos; ante todo, queremos evitar la alienación y la dependencia; para colmo estamos obsesionados con la salud y con la higiene: ésas no son las condiciones ideales para hacer el amor. En Occidente hemos llegado a un punto en que la profesionalización de la sexualidad se ha vuelto inevitable. Desde luego, también está el sadomaso. Un universo puramente cerebral, con reglas precisas y acuerdos establecidos de antemano. A los masoquistas sólo les interesan sus propias sensaciones, quieren saber hasta dónde pueden llegar por el camino del dolor, un poco como los aficionados a los deportes extremos. Los sádicos son harina de otro costal, siempre van lo más lejos que pueden, quieren destruir: si pudieran mutilar o matar, lo harían.

Si hay que pagar por la sexualidad, es mejor que sea, en cierta medida, una sexualidad indiferenciada. Como todo el mundo sabe, una de las primeras cosas que la gente experimenta cuando entra en contacto con otra raza es esa indiferenciación, esa sensación de que todo el mundo, poco más o menos, se parece físicamente. El efecto se desvanece al cabo de unos meses de estancia, y es una pena, porque corresponde a una realidad: en el fondo, los seres humanos se parecen muchísimo. Sí, se puede distinguir entre hombres y mujeres, y si se quiere, entre edades diferentes; pero cualquier distinción más exhaustiva responde en cierto modo a la pedantería, y probablemente al aburrimiento. La gente que se aburre fomenta distinciones y jerarquías, es uno de sus rasgos característicos. Según Hutchinson y Rawlins, el desarrollo de los sistemas de dominación jerárquica en el seno de las sociedades animales no corresponde a ninguna necesidad práctica, a ninguna ventaja selectiva; simplemente es un medio para luchar contra el aplastante aburrimiento de la vida en plena naturaleza.

Mujeres – Bukowski (Apuntes)

Mujeres – Bukowski (Apuntes)

Hay un problema con los escritores. Si lo que había escrito un escritor se publicaba y vendía mucho, muchos ejemplares, el escritor pensaba que era magnífico. Si lo que había escrito un escritor se publicaba y vendía un número aceptable de ejemplares, el escritor pensaba que era magnífico. Si lo que había escrito se publicaba y vendía poco, pensaba que era magnífico. Si lo que había escrito nunca se publicaba y no tenía dinero suficiente para publicárselo él mismo, entonces pensaba que era, más que magnífico, genial. La verdad, sin embargo, es que había muy poca magnificencia. Era prácticamente inexistente, invisible. Pero podías estar seguro de que los peores escritores eran los que más confiaban en sí mismos, los que menos dudas tenían. De cualquier manera, los escritores eran seres que había que evitar, y yo trataba de evitarlos, pero era casi imposible. Pretendían que existiera una especie de hermandad, de unidad. Ninguno de ellos tenía nada que hacer con la literatura, ninguno podía ayudar a la máquina de escribir.

Cogí mi botella y me fui al dormitorio. Me quité los calzones y me eché en la cama. Nada estaba en armonía. La gente sólo abrazaba a ciegas lo que se le pusiese delante: comunismo, comida natural, zen, surfing, ballet, hipnotismo, terapia de grupo, orgías, paseos en bicicleta, hierbas, catolicismo, adelgazamiento, viajes, psicodelia, vegetarianismo, la India, pintar, escribir, esculpir, componer, conducir, yoga, copular, apostar, beber, andar por ahí, yogurt helado, Beethoven, Bach, Buda, Cristo, jugo de zanahorias, suicidio, trajes hechos a mano, viajes en jet, Nueva York, y de repente todo ello se evaporaba y se perdía. La gente tenía que encontrar cosas que hacer mientras esperaba la muerte. Supongo que estaba bien poder elegir.

Pensé en las rupturas, lo difíciles que eran, pero normalmente sólo cuando rompías con una mujer podías encontrar otra. Tenía que probar mujeres para llegar a conocerlas bien, entrar en ellas. Podía inventarme personajes masculinos porque yo era uno, pero las mujeres para mí eran casi imposibles de ficcionalizar sin antes conocerlas. Así que las exploraba lo mejor que podía y encontraba dentro de ellas seres humanos. Entonces me olvidaba de la literatura, el hecho de escribir se quedaba en segundo término y a mí me poseía el episodio en sí. Cuando se acababa, la literatura era el residuo que quedaba de ello. Un hombre no necesitaba tener una mujer para sentirse real, pero no estaba mal conocer unas cuantas. Así, cuando el asunto se ponía mal, podía sentir lo que de verdad significaba sentirse solo y enloquecido, y así podía saber qué es lo que debería aportar cuando llegase el propio final.

Acabé la copa y luego me bebí lo que quedaba de la botella. Estaba en Playa del Rey. Me desnudé, dejando mi ropa en un montón descuidado sobre el sofá. Nunca había sido un elegante. Mis camisas estaban todas gastadas y deshilachadas, viejas de cinco o seis años, pasadas de moda. Lo mismo ocurría con mis pantalones. Odiaba las tiendas de ropa, odiaba a los empleados, actuaban como seres superiores, parecía que conocieran el secreto de la vida, tenían confidencias que yo desconocía. Mis zapatos estaban siempre viejos y rotos, también me disgustaban las zapaterías. Nunca compraba nada hasta que no tenía más remedio que sustituirlo, y eso incluía los automóviles. No era una cuestión de ahorro, simplemente no podía aguantar la idea de ser un comprador necesitando un vendedor, un vendedor siempre tan guapo, sabio y superior. Aparte, te robaba tiempo, tiempo que podías utilizar haraganeando o bebiendo.

Bebí otro vino. Me había preparado para aclarar las cosas y salir del embrollo. Ahora tenía que tragármelo entero. Me sentía cada vez peor. La depresión, el suicidio a menudo eran motivados por una falta de dieta adecuada. Pero yo había estado comiendo bien. Recordé los viejos tiempos, viviendo de una barra de caramelo al día, enviando relatos escritos a mano al Atlantic Monthly y a Harper's. En todo lo que pensaba era en comer. Si el cuerpo no se alimentaba, la mente también agonizaba. Pero ahora, en cambio, había estado comiendo condenadamente bien, y bebiendo buen vino. Eso quería decir que lo que ahora pensaba era probablemente lo cierto. Todo el mundo se imaginaba a sí mismo especial, privilegiado, excepcional. Hasta un viejo y feo jorobado regando un geranio en su porche. Yo me había imaginado a mí mismo especial porque había salido de las fábricas a los cincuenta años y me había hecho un poeta. Mierda caliente. Así que me cagaba en todo el mundo igual que todos los patrones y capataces se habían cagado en mí cuando estaba indefenso. Al final venía a ser lo mismo. Era un podrido y jodido borracho consentido con una fama muy menor.

Puerta

Puerta

Soy el gran Minotauro
que ha contemplado la alegría en la espiral.
Soy el lobo lento
que caza al minúsculo coyote

Desde este lugar
siento lo radioactivo.
El aire adormece los pulmones
y sonrío por inercia.

Hace tiempo que vivo de noche,
no he querido volver a ver la luz.
He comprendido que toda claridad
proviene de la ilusión.