La estrella roja me pregunta si puedo navegar hasta ella. Trato de pensarlo pero antes de que me dé cuenta, mis piernas ya se están moviendo. La luna roja brilla haciendo que mis ojos sientan dolor y fascinación al mismo tiempo. ¿He de ser sacrificado dentro de las espirales de los antiguos cultos germánicos para poder observar a la luna en su magnitud sobre mi pecho? Mis piernas siguen su curso hasta que mis oídos escuchan las voces de los cantos a Ataecina. Gran cabra/diosa de la creatividad fértil y mortífera, diosa de artistas místicos llenos de locura y enfermedad, ¿eres tú la que me mostrará la luna en su máximo esplendor? ¿eres tú la que me brindará calma a este dolor en el pecho por causa de la angustia de los hijos de Salomón?