Magia, Magia... aparezco y desaparezco. Me han dotado de diferentes poderes como a Dios, pero nadie realmente me quiere encontrar (como a Dios). Soy el hijo perdido, el amigo muerto, el amante desvanecido, el compañero de vida rechazado desde la puerta que conduce a esta vida.
Alguna vez rompí las ventanas de mi casa, y las volvía a colocar y a romper. Lo hice tanto, que me hice un diploma por ser el mejor rompedor de ventanas que existía en mi multiverso. Después me fui al mar de Hiroshima y destruí mi "Yo" entre moluscos radiactivos. En Rusia cambie mi nombre mientras temblaba la nieve. En Brasil rompí lo poco que quedaba de mi nombre santo y acepté dejar a Blair para ser un hijo del zorro blanco. Aunque todavía llevo mi carta de presentación a cualquier encuentro con parcas; quieren consagrarme como dios de la muerte, pero todavía no me he resucitado.
Luego amé. Y del primer amor me quedó el tacto mientras que del segundo el carisma. Las letras fueron enseñadas por el tercero. Y la fugacidad que da la eternidad vino con el cuarto. De las consecuencias de amar quedó la ira y los dientes rechinantes, la melancolía que conduce a la apatía, y la angustia. Mi sonrisa fue transfigurada en este sueño mientras recorría las espirales, atravesándolas como rayo, pero sintiendo el tiempo tan lento en mi constelación, que logré probar la eternidad de la quimera.
Ahora me pregunto: ¿Qué será de mis hermosos muertos y mis pequeñas putas? Deben estar trasbocando lirios o viviendo en el olvido camaleónico mientras mis decisiones cada vez son más malas, más dañinas y mezquinas. Dios me dejó en mi primer alarido pero el rojo me sienta bien y la garganta todavía no se me reseca.