En algún momento de la vida nos vendemos por algo que consideremos importante. Un carro, una casa, un sueño, una mirada, un orgasmo, una idea. A veces, inclusive, por la simple necesidad de venderse... hasta darse cuenta que no se puede recuperar el orgullo de haberse vendido.
Los pocos que realmente pueden afirmar que no se han vendido, posiblemente lo hayan hecho y no se han dado cuenta, o se niegan a aceptar el cómo funciona la sociedad.
Escapar de la sociedad tiene un precio, ya sea físico como aguantar necesidades, someterse a no tener un lugar fijo; social como no tratar con las personas o inclusive ser repudiado por ellas mismas; inclusive hasta mentales como las crisis, el endurecimiento para poder sobrevivir y el manicomio.
Ahora, si se acepta el juego de pertenecer a una sociedad, ¿por qué no aprender a ser un buen comerciante?