Tuve un momento de euforia y ataque de paranoia, donde el árbol sacro vino a mí. Me dedico tiempo entre sus ramas y la calma se acentuaba en mi cabeza y los gritos de batalla se disolvían hasta convertirse en leves sombras.
Tuve un momento de paz hasta escuchar mi conciencia y lloré, con amargura y con tristeza. Quise que todo fuera un sueño, quise que la ventana al cementerio estuviera clausurada y la sensación de soledad se fuera de mi alma. Las mascaras se destruyeron y comprendí al ser con su concepción magnánima, la belleza de este consiste en lo imperfecto. Me confirme simple en medio de mi complejidad. Los átomos se volvieron principio del Om, caos, vacío.
El árbol me meció y de mi garganta salieron gritos desgarradores, lamentos, aullidos que alcanzaron los siete vórtices y se pudrieron mis labios mientras entonaba verdaderos ritos a dioses oscuros hasta sentir nuevamente sus ramas acobijándome.
Al sentir la niebla, desperté y mis lagrimas se calmaron, la locura es un estado transitorio, igual que mis manos en este plano, igual que mi rostro antes del espejo.