Un momento de comprensión (El Tao del Gun Fu - Bruce Lee)
El gung fu es un tipo especial de habilidad; más una de las bellas artes que un mero ejercicio físico. Es un arte sutil en el que hay que emparejar la esencia de la mente con la de las técnicas en las que tiene que trabajar. El principio del gung fu no es algo que pueda aprenderse, como una ciencia, a base de buscar hechos y de una instrucción en hechos. Tiene que crecer espontáneamente, como una flor, en una mente libre de emociones y de deseos. El núcleo de este principio del gung fu es el tao, la espontaneidad del universo.
Tras cuatro años de intenso entrenamiento en el arte del gung fu, comencé a comprender y a sentir el principio de la amabilidad, el arte de neutralizar el efecto del esfuerzo del oponente y de minimizar el propio gasto de energía. Todo esto puede hacerse en calma y sin tensión. Parecía sencillo, pero su aplicación práctica resultó difícil. En cuanto entraba en combate con un oponente, mi mente quedaba completamente perturbada e inestable. Y después de una serie de intercambios de golpes y patadas, toda mi teoría de la amabilidad había desaparecido. Mi único pensamiento en este punto era “de un modo u otro debo batirle y vencerle”.
Mi instructor de aquel entonces, el profesor Yip Man, director de la escuela Wing Chun de gung fu, se acercaba y me decía: “Tranquiliza, relaja y calma tu mente. Olvídate de ti mismo y sigue los movimientos del oponente. Deja que tu mente, la realidad básica, haga el contramovimiento sin que interfiera ninguna deliberación. Sobre todo, aprende el arte del desapego”.
“¡Eso es!”, pensé. “¡Debo relajarme!”. Sin embargo, en aquel mismo momento acababa de hacer algo contradictorio con mi voluntad. Esto ocurrió en el preciso momento en el que dije “yo” <+> “debo” <-> “relajarme”. La exigencia de un esfuerzo en el “debo” ya era de por sí inconsistente con la carencia de esfuerzo en “relajarme”. Cuando mi aguda timidez crecía hasta lo que los psicólogos llaman el tipo “doble atadura”, mi instructor volvía a acercarse y me decía: “Tranquilízate, resérvate siguiendo los giros naturales de las cosas y no interfieras. Recuerda que nunca debes imponerte contra la naturaleza; nunca te sitúes en oposición frontal contra ningún problema; debes controlarlo balanceándote con él. No practiques esta semana. Vete a casa y piensa en ello”.
La semana siguiente me quedé en casa. Después de pasar muchas horas de meditación y práctica, lo dejé y me fui a navegar solo en un junco. En el mar pensé en todo mi entrenamiento anterior y me enfadé conmigo mismo y le di un puñetazo al agua. Justo entonces —en aquel momento— me vino súbitamente un pensamiento a la mente: ¿no era aquella agua la misma esencia del gung fu? ¿No acababa aquella agua de ilustrarme el principio del gung fu? La golpeé pero no sufrió ningún daño. La volví a golpear con toda mi fuerza, pero no sufrió ninguna herida. Traté entonces de agarrar un puñado, pero resultó imposible. Esta agua, la sustancia más blanda del mundo y que puede estar contenida en el recipiente más pequeño, parecía débil sólo en apariencia. En realidad, podía penetrar la sustancia más dura del mundo. ¡De eso se trataba! Yo quería ser como la naturaleza del agua.
De súbito pasó un pájaro volando y dejó su reflejo en el agua. Justo entonces, mientras yo estaba absorto en la lección del agua, otro sentido místico de significado oculto se me reveló: los pensamientos y las emociones que yo experimentaba hallándome enfrente de un oponente, ¿no deberían pasar como el reflejo del pájaro sobrevolando el agua? Esto era exactamente lo que el profesor Yip quería decir al hablar de desligarse: no estar sin emociones ni sentimientos, sino ser alguien en quien los sentimientos no fueran pegadizos ni estuvieran bloqueados. Por tanto, para controlarme a mí mismo, primero debo aceptarme yendo con y no contra la naturaleza.
Me tumbé en la barca y sentí que me había unido con el tao; me había hecho uno con la naturaleza. Me quedé allí tendido y dejé que mi barca fuera libremente a la deriva según su propia voluntad, ya que en aquel momento yo había alcanzado un estado de sentimiento interior en el que la oposición se había vuelto mutuamente cooperativa en lugar de mutuamente exclusiva, donde ya no había ningún conflicto en mi mente. La totalidad del mundo para mí era uno.