Mi decepción más grande fue creer que alguien realmente quería cambiar el mundo y que dentro de sus políticas estaba la de hacer que todos estuviéramos mejor. Una vez caída la máscara pasa lo que siempre pasa cuando nos estrellamos, vienen los raspones, los gritos, las palabras negadas, los sentimientos de abandono y desesperación, las dudas, la noche, el vacío dentro del estómago de saber que finalmente el camino es largo y profundo como un tritono. Sin culpas porque no son necesarias, sin excusas porque son insípidas, planeando para esquivar las esquirlas y la amargura de que todavía no encuentro algo o alguien en qué creer más que en los muertos.