Poética: Interno
Después de las charlas con el hombre-hermético,
me dieron ganas de buscar un caparazón/refugio para envolver mi ser, enclaustrarme
como un gusano en su crisálida y esperar pacientemente un nuevo renacer. Puse
mi cuerpo boca abajo y me puse a meditar entre mis parpados/ronquidos sobre el
inicio del destiempo:
Al principio, cuando mi cuerpo estaba dividido
entre ovulo y esperma, el padre zorro se acercó a mi estrella. Con la
delicadeza que tiene un zorro posó sus garras sobre mi energía y me transformó
en sueño. El sueño dice así:
Un niño con alas de
pájaro revolotea por la espalda de Valentina. Fija sus pupilas en los vellos
bellos y se acerca a su oído. Le dice con trino: Valentina… rasca mis alitas.
Ella se da la vuelta, acerca su mano al niño y rasca con fuerza una de las
alitas. Una, dos, tres y hasta siete veces el niño ruega con ternura, y la niña
hace con presteza. Ya satisfecho, el niño se posa en las piernas de Valentina y
sacude su cabecita dejando caer un poco de alegría en forma de lágrimas. Ella,
que se hallaba cansada a causa de su arduo trabajo, sintió como su vientre se
inflamaba y ardía como Hiroshima en sus malos tiempos. Se acostó sobre la verde
pradera y el niño con alas de pájaro se acostó junto a ella. Se miraron, ella
tomó el rostro del niño alado entre sus manos y recogiendo el poco de su
alegría en forma de lágrimas se acercó y después de lamerlo, le dio un besó. Él
ardor desapareció del vientre de Valentina y se transfirió a él, subió hasta su
garganta pasando por sus estómago, esófago y laringe hasta salir en forma de
huevo trasbocado de su boca. Ese huevo cayó al suelo, pero en vez de romperse,
se quedó un poco fijo, un poco enterrado, un poco sólido. Allí, dentro de ese
huevo, nació la paciencia.
El zorro alejó sus garras y volví a mi forma
contra/innatural. Valentina se quedaba relegada en mi conciencia/pensamiento, y
al pestañear, sentí al pequeño niño con alas emerger de mi garganta.
Desperté.
La crisálida se volvió morada y la morada se
volvió acogedora. Las palabras se posaron por allí y susurraron:
El yo, que nace de mi yo, que se vuelve liquido
cuando es frío y arena cuando es caliente, que se convierte en pecado cuando se
acerca al vicio, muta a virtud cuando se acerca al paraíso, que se pre-condensa
con cada cambio de cuerpo, que se nutre en el viaje del héroe, que se antepone
a la muerte; ese yo que siente su muslo desgarrado de tanto balancearse; ese yo
que se encuentra vivo entre vivos y muerto entre los muertos, que antecede a la
transformación carnavalesca (porque la muerte es lo más carnavalesco que
existe); el yo que vive en cada uno de todos y todos que viven en los peces del
infierno, que pasean dentro en el mar donde habita la tortuga que sostiene al
universo.
Ese ser, transmutado, concatenado, cerró los
ojos.
En ese instante la crisálida se rompió: vi cómo el arte me
encerraba para poderme conocer.