Al alba me deterioro sonriendo medianamente entre vendavales de emoción siniestra. Al medio día me juzgo junto con el sol en lo alto y la hoguera prendida, y me encuentro inocente de toda voracidad insípida de inexperiencia malograda. Por la noche me enclavo entre los cristales vociferantes de tristeza azul.
El momento cúspide de mis días vienen al soñar. Al soñar me refugio en sus ojos cubiertos de tierra virgen y me adelanto a su busto amarillo, me siento con el corazón corriendo como can sin cadena mientras disfruto el encorvar mis huesos del pecho entre su ligera cabeza. Me coloco algo naranja mientras escucho como de su garganta sale su aliento con alegría, me someto a escrutinio nuevamente y contengo mi voraz hambre para no caer directamente a su cuello blando. El sueño es un instante donde se forma todo un soliloquio mordaz en mi lóbulo izquierdo y siento como de mi cuerpo brotan estalactitas de sincorduras.
Al despertarme del sueño después de dejarla en la que para mí se convierte en carroza fúnebre de mis emociones y para ella el trasporte que utiliza para irse a su mundo, me quedo con una pregunta que algún día me gustaría responder por experiencia vivida, a saber es esta:
¿De qué sabor serán sus labios amarillos?