(Libro Hombre Lobo el Apocalipsis / pagina 6)
En un ojo Mephi vio la tierra; en el otro vio su reflejo umbral. En ambos vio la muerte de Gaia mientras Anthelios la bañaba con su bilis carmesí. Vio guerras librándose en las tierras que los humanos consideraban sagradas. Vio que la polución y el veneno se mezclaban y daban a luz un niño invisible que diezmaba a los seres vivos. Vio las grandes telarañas de la tejedora estallando en llamas y reduciendo la obra del hombre a polvo. Vio animales arrojándose al mar en un ataque de pánico. Vio las Colmenas ocultas del Wyrm propagándose como un cáncer y vomitando la vanguardia de los ejércitos de los Incarnae Maeljin. Vio la luna pasar frente al sol, y allí dónde su sombra tocaba la tierra o el mar, las criaturas vivas morían por millones. Y cuando Anthelios miro esa sombra, unas criaturas profundamente enterradas salieron a la luz. La muerte no existía pues todo lo que alguna vez había muerto se levantaba de nuevo para liberar las tormentas del purgatorio en el mundo de los vivos. La seguridad no existía, pues los retoños de un dios muerto surgían para devorar a sus propios asesinos. La esperanza no existía pues incluso los sueños de los jóvenes se convertían en pesadillas y amenazaban con propagar el terror y la locura como una plaga. No había donde esconderse, pues el propio planeta volvía la espalda a sus habitantes. Su piel se resquebrajaba y tsunamis de cientos de pisos de altura atravesaban los océanos. Su piel ardía, y las cuevas de lava que habían permanecido comprimidas durante cientos de miles de años explotaban por doquier y rociaban fuego y cenizas por todo el cielo. Y en lo más profundo del océano, una antigua criatura abría un órgano sensitivo que hacía las veces de ojo y de boca. Fuera lo que fuese lo que contemplaba, lo consumía y no había nadie en la tierra con el suficiente poder para detenerla.