Carta Gary Gilmore a Nicole (La canción del Verdugo - Norman Mailer)
3 de agosto.
Nada de cuánto llevó vivido me permitía esperar un amor abierto y sincero, como el que tú me has dado. Estoy tan hecho a la hostilidad y a las idioteces, a la mezquindad y al engaño, a la maldad y el odio, que todas esas cosas se han convertido en mi hábitat natural y me han modelado. Miró al mundo con ojos de sospecha, de duda, de miedo, de odio, ojos que se burlan y engañan, ojos de vanidad y egoísmo. Todo lo inaceptable me parece natural, y como tal he llegado a admitirlo. Mirando alrededor de esta fea celda inmunda comprendo que es el lugar que me corresponde, porque ¿qué sitio podría ser el mío, si no este lugar sucio y húmedo? El suelo está encharcado de agua del jodido retrete, que no funciona bien. La ducha está asquerosa, y el delgado jergón que me dieron, negro de puro viejo. No tengo almohada. Los rincones hay cucarachas muertas, y por la noche mosquitos, y la luz es mortecina. A solas con mis pensamientos, noto la decrepitud. ¿Recuerdas que te hable de La Decrepitud y que tú dijiste lo feo que era eso, la decrepitud, la decrepitud? También oigo el rechinar de las ruedas de la carretera, es fea como el carajo y se me acerca tanto. Siendo niño tuve una pesadilla... Soñé que me decapitaban. Pero no fue un simple sueño, sino más bien como un recuerdo. Me hizo saltar de la cama. Fue una especie de momento decisivo de mi vida... En los últimos tiempos comienza a cobrar sentido: Tengo una deuda pendiente de antiguo. Esto debe deprimirte, Nicole. No le había hablado a nadie de ello, salvo a mi madre, la noche de la pesadilla, cuando ella acudió a consolarme; pero ya no volvimos a tocar nunca más ese tema. Así empecé a explicártelo una noche, hasta que me resultó Claro que no querías que te hablase de eso. A veces han pasado años sin que pensara en ello verdaderamente, hasta que, de golpe, algo (la imagen de una guillotina, el tajo de un cadalso, el hacha de un verdugo, o hasta una soga) me devuelve al recuerdo y pasó días con la sensación de estar a punto de descubrir algo muy personal, algo que me concierne. Algo que, aunque no consumado, me marea. Como una deuda, diría yo. Ojalá lo supiera.
Una vez, recuerdas, me preguntaste si era el diablo. No lo soy. El diablo se mostraría mucho más inteligente que yo, actuaría a una escala mucho mayor y, desde luego, no sentiría remordimientos. De manera que no soy Belcebú. También sé que el diablo es incapaz de sentir amor. Lo que podría suceder es que estuviera mucho más cerca de él, que de Dios. Lo cual no está bien. Se diría que conozco mucho más de cerca el mal, que la bondad, y eso tampoco es buena cosa. Quiero estar en paz, quedar en paz, integró, con mis deudas saldadas (¡cueste eso lo que costase!) no tener ningún baldón, ningún motivo de temor ni remordimiento. No quisiera parecer grotesco, pero me gustaría comparecer ante Dios sabiéndome limpio, justo y recto. Cuando uno es todas esas cosas, no sabe, y cuando no las es, también. Lo llevamos dentro, todos y cada uno de nosotros; sólo que, por lo visto, yo me aparté de ello, y cuando quise volver a ese camino, lo hice mal, me desalenté, me venció el aburrimiento y la pereza, y, por último, me hice aceptable. Pero ¿qué hacer ahora? No lo sé. ¿Colgarme?
Llevo años pensando en eso, y es posible que lo haga ¿debo confiar en que el Estado me ejecute? Eso resulta más aceptable y fácil que el suicidio. Pero aquí no ajuician a nadie desde y 1963 (poco más o menos la fecha en que se suspendieron las ejecuciones en todas partes). ¿qué hacer, pues? ¿pudrirme en prisión? ¿envejecer y amargarme y darle vueltas a la misma idea hasta convencerme de que soy yo el que sale jorobado, de que soy una simple víctima de las borricadas de una sociedad? ¿qué puedo hacer? ¿consumir mi vida en la cárcel buscando el Dios que tanto tiempo deseado conocer? ¿volver a mi pintura? ¿componer poesía? ¿jugar al balonmano? ¿reconocerme el alma pensando en el portentoso amor que me diste y que yo tiré cierta noche del lunes, porque mi mala crianza no me permitía pasarme sin una furgoneta blanca que quería inmediatamente? ¿qué hacer? Porque siempre nos queda una opción, ¿no es eso?
No vayas a pensar, Ángel mío, qué te pido respuesta unas preguntas que yo mismo no sé contestar. Debo decir por mi cuenta. Pero, si se te ocurre comentar, sugerir, decir algo, flaco gire con la mejor voluntad.
Dios mío, cómo te quiero, Nicole.