Armonia

Armonia

Cada trasbocar se hace eterno. Cada movimiento se vuelve dolorosamente bello. Cada instante se rompe el maya y se encuentra el espíritu flotando. Hoy me he encontrado con una drogadicta, que sonreía cada vez que le hablaba de follar, y mientras yo trasbocaba en su coño, ella fumaba mi verga. Esa es la ambigüedad de la armonía.

Para los de Afuera


A los que habitan Bogotá pero no son de aquí:
Ustedes provienen de una cultura en donde la muerte reina y cada juego se hace imprescindible para soportar la soledad. Y en medio de la capital es impresionante ver el carnaval que arman por medio de la alegría que despliegan. Algunos como yo, tenemos otra forma de vida en la cual no nos interesa correr tras la muerte ni huirle a la soledad, porque ya nos habitan. Al diablo no se le burla sino que se le honra y se le guarda en silencio dentro de cada corazón. Nos catalogan de fríos, de no hospitalarios, de chichipatos y de tacaños... pero simplemente es otro pensamiento. Y mientras botan basurita, atropellan al otro con sus palabras, se esfuerzan en doblegar a alguien a punta de ruido, no entienden que venimos del caos a buscar paz, no al contrario. Entender al otro es una necesidad para no terminar matándonos, o eso he aprendido en lo poco de vida que llevo, pero la mayoría son tan egoístas que prefieren dañar a ser dañados. Se sobreentiende que pedir dinero molesta al prójimo, pero sus argumentos son tan vacíos e ilógicos que terminan confundiendo caridad con responsabilidad, y es así que dicen que la capital les debe algo y no agradecen lo que recogen de acá, sino solo otorgan males, y bulla y demás resquicios que terminan degradando su propia cultura. He conocido algunas personas en esta época que me han cambiado las ideas en cuanto al que se dice regionalista; y agradezco compartir con aquellas personas. Pero también he conocido aquellos que más valdría que desaparezcan a que sigan pidiendo y pidiendo de todas las formas posibles, en vez de realmente entregar.

Sueño

Sueño

Sueñan los soñadores con el principio de este mundo, con sus cascadas y ríos, con sus bosques llenos de ninfulas y semidioses hechos cabros llenos de vitalidad que danzan, invocando a soñadores que mantengan el sueño fértil para que no se acabe el gran sueño y Dios no despierte queriendo realmente crear el mundo que está en estos momentos soñando.


Y de cada sueño nacen nuevos instantes en los que puedo ver las alas de cartílago llevándome a tierras nuevas. Otros gritos llenos de nuevas vibraciones se convierten en pequeños fragmentos de la i-realidad que se mezcla. Me susurran las mil bocas del dragón, y despierto con el sabor cobrizo en mi boca y garganta.

De el ser raza o creernos generación


Somos una raza de violencia; en parte por nuestros antepasados, en otra por nuestra constitución de seres agitados. Vamos por la calle deseando que los semáforos no cambien nunca, que los ojos no nos experimenten, que el tiempo sea más largo para hacer todo lo que deseamos. Cuando nos empujan respondemos con un golpe, cuando nos sonríen pensamos en escopolamina o en jeringas con sida; el más juerguista es un hablamierda y el más cordial es porque nos está cayendo. Gritamos en nuestra cabeza con la fuerza de pájaros negros hasta explotar en violencia contra todo lo que nos rodea. Habitamos cárceles sin saberlo, estamos muertos desde que tenemos dieciocho porque ante el estado somos soldados. Esa es nuestra condición y para combatirla buscamos poesía en nuestra tecnología: nuestro celular es nuestro mejor amigo y el porno virtual es pan de cada día. Nos exponemos a ver noticias de masacres mientras comemos, y nuestras habilidades virtuales cada vez son mayores a nuestras habilidades físicas. Entonces, ¿por qué sorprenderse del hombre que mata a una familia entera y después se suicida? ¿o de la muerte de un niño a manos de otro por jugar con un arma?

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Somos una generación de miedo. Y no solo por la violencia que existe en el mundo (en especial en nuestro país) sino porque tenemos miedo de la fractura de la muerte. Somos tan realistas que ya no le creemos a la poesía a menos que hable de muerte y tristeza, o preferimos el alcohol antes que el agua. Somos esa generación entregada al instante por miedo a aferrarnos al otro, al afán con tal de no pensar en el mañana. Hablamos de no mostrar el hambre porque le tenemos miedo al impulso que viene con ella, solo gana quien no muestre sus sentimientos o pueda contenerlos porque la fractura ya ocurrió y no vale la pena sanar con valentía entre tanto miedo.