He aquí la generación en la que nos hemos convertido:
Somos los creyentes de dioses oscuros que no sabemos dilucidar un rito de un verso tecnológico. Nos embriagamos en nombre del nihilismo y nos alimentamos con la sangre de aquellos que nos son condescendientes. Somos los nacidos del amor, pero criados en las tinieblas; nuestra vestimenta lleva siempre algo de negro para asistir a los mejores funerales. Hace mucho tiempo dejamos de ser renegados porque nos adaptamos a la sociedad, nos domesticaron con alcohol, sexo y drogas; trabajamos en múltiples empleos para pagar la boleta de un concierto. Conocemos a los hijos de Caín, que le piden a papá y mamá para comprar maquillaje. Conocemos a los Jonkies virtuales que se toman una selfie con el libro sin destapar. Que cada cual lea lo que le es propicio. Tememos a la autoayuda, pero la necesitamos cada cinco minutos para no caer en el pozo de la tristeza, como luciérnagas ciegas. Todos son estúpidos, menos nosotros; gracias al autocorrector podemos pertenecer a la Academia. La música no importa salvo que sea underground, o que sea mundialmente conocida. Retomamos lo clásico y lo convertimos en actualidad, como un pequeño fénix hecho de mierda. Somos los oscuros que sonreímos mientras el flash de nuestras cámaras lo permitan, mientras la virtualidad nos mantenga conectados a la vida.