La segunda noche, después de dejarla, fue una mierda. El diablo se acercó y me dijo que debería hacer algo, no dejarla ir.
Esta es la onceava noche. La luna alumbra, redonda en el cielo, y mis ojos no paran de sentir tristeza. En mi cabeza rondan sus ojos grises y su mirada fulgurante. El diablo hace tinto para los dos, creo que no quiere verme más borracho a pesar de todo, creo que me estima o le recuerdo en algún momento cuando le decían Dios. La ruleta rusa va y viene en mi pensamiento, tomo tinto. El diablo se acerca y me ofrece una mujer desnuda. Mi pene se para por un instante hasta que siento los parásitos en el estómago. Vuelvo a sentarme. Si sigues así, muchacho, nunca vas a olvidarla. No necesito olvidarla, tan solo necesito dejarla de recordar.