Que delicia es comerse el mundo por propia iniciativa. Es perfecto saber que uno es enfermo, reconocerlo, apropiarse del concepto y después encontrarse con más personas así. Que felicidad produce el vivir sin miedos, sonreírle al pasado y verlo como un momento, como una experiencia más. Que delicia es saber que todo tiene un final y que el cambio es necesario en todo momento, hacer teatro pánico a cada instante y sentir la vitalidad de la poesía calcina en el esófago de la sinceridad.
Que delicia ser Dios y ser diablo, saber que un aliento es solo una bocanada bien dada. Que satisfactorio ser austero y amotriz en la mediocridad. Qué alegría el apostar todo y saber que no se tiene más que perder. Que reconfortante es saber que una vez abajo en la ruina podemos recuperarnos y volvernos magnos. Desmitifico a los académicos que dicen que el tiempo no se devuelve. Desmiento a los absurdos que se ríen con la teoría de no sentir. Me permito sentir, vivir descorazonadamente, existo con el corazón entre las piernas y con el cerebro en el pecho. Vivo trasbocando espasmos en los altares blancuzcos de primavera. Aquí en mi reino el verano empezó con todo esplendor después de la no negación.