Cuando era niño me gustaba observar sus redes, la forma como reflejaba la luz era fascinante. Podía quedarme horas repasando con el dedo las siluetas en la arean, los mayores no parecían entender (¡deja la maldita arena!), ellos no tenían paciencia de insecto. Entonces ignoraban la razón de esas redes, me bastaba el milagro de la luz sobre los arduos tejidos.
Después supe que era una trampa, que todo giraba alrededor del sol, arañas y moscas, mujeres y hombres (y que tres elefantes no pueden columpiarse en una tela de araña, hacen falta cuatro). Cada detalle maravilloso gotea sangre y yo repaso con el dedo sin que ella logre entender (¡deja la maldita sangre!). Las criaturas del vacío suelen ser más voraces pero a veces los medios justifican con encanto el fin.