DEL FRACASO
Hace tiempo tuve un hijo. Al ser preñado por la palabra, en mi vientre creció él alimentado con poesía. Pasado un decenio, lo imaginé entre guerra y vida, en llantos y sombras; pude olerlo entre endecasílabos mortecinos.
Al doceavo movimiento cercano a mis vísceras pensé que era hora de parirlo. Abrí la boca muy grande y dejé que saliera lentamente desde mi garganta hasta la realidad. Mi hijo recorría el aire, mi pequeño lanzaba tiernos rugidos hacía el multiverso.
En el mismo día, en la misma hora, pero en diferente minuto, sus labios se quedaron quietos y el murmullo destrozó su pequeño ego. Él se rompía entre mis brazos, se envolvía con miedo entre mi piel semántica. Y yo, yo acerqué mi boca besando sus versos vacíos contemplando su desvanecimiento.
Hoy ya no encuentro descanso. Sé que si la vida fuera justa, me hubiera fracturado el cráneo para hacerme parir a tiempo. Si el arte pudiera defenderse, habría golpeado mi estómago con fuerza hasta el punto de hacerme trasbocar mi tristeza. ¡No fue así! Mi hijo poesía murió y yo, yo sigo aquí con mi vergüenza y melancolía.